4. Rítmica.
Muchas
personas creen que la métrica de la poesía se agota en la medida de sílabas y
en la rima y quizá desconocen que a partir de ese punto es cuando comienza en
realidad el arte de la poesía. Es, en primer lugar, el ritmo interior de los
versos el que confiere musicalidad a una composición; pero, a diferencia de la
composición puramente musical, que dispone de herramientas tan precisas como el
tono o altura de las notas, la diferente duración de las mismas, la intensidad,
etc., cada una de las cuales puede medirse y expresarse con exactitud mediante
la notación musical, a diferencia de ello, el artista de la composición poética
no tiene otro instrumento a su disposición que la disposición ordenada de
palabras preexistentes, con características preestablecidas y prácticamente
inmodificables.
El
artista va edificando la arquitectura del poema utilizando como ladrillos las
palabras del lenguaje de acuerdo con las características que el uso las ha ido
confiriendo y según consta en los correspondientes diccionarios. Esas palabras
son agrupaciones de sílabas, y estas de letras, y les corresponde de antemano
una pronunciación bien definida que, como ya he dicho, no se puede modificar.
El poeta las elige y ordena en versos, previene los encuentros de vocales, si
acaso, altera mediante sinéresis o diéresis lícitas los grupos de vocales y eso
es todo, todo, todo. Mediante esa mera elección
y ordenación, que además debe atenerse a las normas sintácticas, ha de
conseguir – de una sola tacada – medida,
rima y ritmo. Ocupémonos ahora del ritmo.
¿De
qué elementos disponemos para formar el ritmo? Tan solo de una: el acento prosódico que existe en la
pronunciación común de las palabras. ¿Y de qué manera se construye el ritmo?
Pues volvemos de nuevo a lo mismo: el poeta ha de conseguir, mediante la ordenación de las palabras que
componen un verso, que las sílabas en que recaen los acentos (sílabas tónicas) vengan a caer en lugares precisos (acentos rítmicos del verso). en que la rítmica ha determinado que
es necesario que caigan (no caprichosamente sino por el estudio minucioso de la
fonética del propio lenguaje), según el tipo de verso de que se trate, para que
el resultado sea armonioso. Este arte lo conocen y dominan intuitivamente
muchísimas personas que hacen un buen uso del lenguaje, personas naturalmente
dotadas del don de la oratoria (los llamados vulgarmente “picos de oro”), pero
es algo que también se puede aprender y perfeccionar, y que un poeta que quiera
llamarse así debe dominar..
- Sílabas
tónicas y átonas.
Como
ya se ha dicho, sílaba tónica es
aquella de una palabra incluida en un verso sobre la que recae el acento
prosódico, el acento que existe en la pronunciación de una palabra. Ahora bien,
esto es cierto pero no para todas las palabras. A los efectos de la
consideración de sílabas tónicas
suelen excluirse generalmente las de las preposiciones, artículos y
conjunciones monosilábicas que sintácticamente se consideran subordinadas a
sustantivos, verbos, etc.. Esta sin embargo no es regla absoluta pues existen
abundantes excepciones en que el poeta juega a colocar en posición final (por
ejemplo, o en otra en que esté obligada la situación de una tónica) uno de estos
monosílabos, que pasan a ser tónicos automáticamente por el énfasis natural del
verso. Por ejemplo:
Hoy quisiera hablaros de
el progreso en versear
que en este tema se ve,
por lo poco que yo sé
de quintilla circular.
En esta
quintilla todos los versos terminan en aguda, pero al primero (la quintilla es
mía) lo hago, a manera de alarde, terminar en la preposición de, partiendo la frase (figura que se
llama encabalgamiento) y
convirtiendo esa sílaba en tónica,
por ser monosílabo a fin de verso.
Pero estos
casos son excepciones rebuscadas que confirman la regla general dada arriba.
Las sílabas
de palabras polisílabas en que no recae el acento, o de las monosílabas a que
nos referíamos antes, se dicen átonas.
Esto también tiene alguna excepción: en polisílabas muy largas se pueden
admitir, si coinciden con acentos rítmicos,
acentos secundarios además del principal de la palabra.
- Breve
noción sobre pies rítmicos clásicos.
Siguiendo
a T. Navarro, citado por R. Baehr, desde el punto de vista rítmico todo verso
se divide en principio en tres partes, de las cuales la primera puede en
algunos casos no existir. Son estas:
Anacrusis – Periodo rítmico
– Periodo de enlace
El a- roma de su nombre
La anacrusis o antecompás es la
parte del verso que va desde su origen hasta la primera sílaba tónica con
acento rítmico pero sin incluirla. Puede no existir si la primera sílaba del
verso es tónica.
El periodo rítmico va desde la primera tónica (inclusive) hasta la
sílaba que precede a la última tónica
del verso.
El periodo de enlace va desde la última tónica hasta el final del
verso.
El
periodo rítmico interior se
subdivide a su vez en pequeñas unidades rítmicas llamadas pies de verso o cláusulas
rítmicas (Bello). Los pies de verso
comprenden dos o tres sílabas de las cuales solo una va acentuada y sirve de
apoyo a las demás átonas. Estos pies de
verso, reciben, heredados de la métrica clásica griega y latina, los
nombres de: yambo (oó), troqueo (óo), dáctilo (óoo), anfíbraco (oóo) y anapesto (ooó), donde o = sílaba átona; ó = sílaba tónica. De estos
cinco tipos, finalmente, por razones de fonética experimental, todo puede
reducirse a dos de ellos, el troqueo y
el dáctilo.
Estas
son las bases sobre las que descansa el estudio de la rítmica del verso. Sin
embargo su extensión desborda por completo los límites de este breve repaso
teórico siendo más bien materia de alta especialización. Por ello, siguiendo
nuestro plan, me limitaré a describir para el endecasílabo los esquemas
rítmicos más habituales según la posición de los acentos rítmicos fundamentales
de cada tipo.
[CONTINUARÁ]