Yo medí con mis
piernas el camino
que va de
Roncesvalles a Santiago,
por laderas de
encina, roble o pino,
o secanos de
cardo y jaramago.
Tierras de pan y
tierras de buen vino
-de cuando en
cuando de la bota el trago.
Por Navarra o la
Rioja o la Castilla
que me viera
nacer marché en cuadrilla.
Al compás
regular de nuestro paso
cambiaba la
tramoya del paisaje,
y era un páramo
duro, solo y raso,
un matorral
espeso, hosco y salvaje,
una vereda que
serpea al acaso
o un valle ameno
que reposa el viaje.
Las más veces
surcado labradío,
y en lo hondo la
vega de algún río.