Soneto compuesto a imitación de Blas de Otero con un fuerte contenido de vivencias propias.
Yo nací para Ti; Tú me reduces
a la incierta pasión de no creerte;
me diste la razón para no verte,
escondido en tu bosque, atroz, de cruces.
Te busqué sin descanso a medias luces
y me di a trompicones con tu muerte,
con tu ausencia palmaria, con la fuerte
necesidad de Ti que me produces.
Te odié por no tenerte, por faltarme,
por plantar en mi mente la demencia
del trascender, que me desasosiega.
Y no te tengo ni para matarme,
para exigirte a gritos la clemencia
de arrancarme esta luz que te me niega.
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domingo, 10 de febrero de 2008
jueves, 7 de febrero de 2008
La fe de Blas de Otero
BASTA
Imaginé mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.
Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.
Basta. Termina, oh Dios de malmatarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti – ronco río que revierte.
Blas de Otero, “Ancía” 1958
Hermano Blas de Otero, camarada,
en debate sin fin con lo Absoluto,
en pugna con lo Alto, irresoluto,
al borde del abismo de la Nada.
Al costado, de dudas, la lanzada
ardiente en los latidos del minuto,
y el reproche blasfemo, disoluto,
como oración inversa, despechada:
“Basta. Termina, oh Dios de malmatarnos”.
(No nos tengas en esta vida-muerte).
“O si no, déjanos precipitarnos”
(¡Ah la fe, desgarrada, bronca, fuerte!
¡Ah tu fe, que no deja de asombrarnos!)
“sobre Ti, ronco río que revierte”.
Imaginé mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera,
o que, existiendo, sólo consistiera
en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un silencio desolado, liento.
Entonces ¿para qué vivir, oh hijos
de madre, a qué vidrieras, crucifijos
y todo lo demás? Basta la muerte.
Basta. Termina, oh Dios de malmatarnos.
O si no, déjanos precipitarnos
sobre Ti – ronco río que revierte.
Blas de Otero, “Ancía” 1958
Hermano Blas de Otero, camarada,
en debate sin fin con lo Absoluto,
en pugna con lo Alto, irresoluto,
al borde del abismo de la Nada.
Al costado, de dudas, la lanzada
ardiente en los latidos del minuto,
y el reproche blasfemo, disoluto,
como oración inversa, despechada:
“Basta. Termina, oh Dios de malmatarnos”.
(No nos tengas en esta vida-muerte).
“O si no, déjanos precipitarnos”
(¡Ah la fe, desgarrada, bronca, fuerte!
¡Ah tu fe, que no deja de asombrarnos!)
“sobre Ti, ronco río que revierte”.
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martes, 5 de febrero de 2008
Comunión - Caridad
Entrañarme en tu entraña, donde sólo tú eres,
y extrañarme de mí por ser tú mismo.
Negarme yo por ti y anonadarme
y conquistar al fin tu perspectiva
para emerger después al tercer día
penetrado de ti, vivificado,
ganado a tus banderas, ya las mías,
borracho de tu sangre, entimismado.
Sembrado, pues, de ti granar cosecha
y ser pacido cuando y por quienquiera
y, esparcido en los vientos y en los ríos,
vivir fuera de mí con todo el mundo.
y extrañarme de mí por ser tú mismo.
Negarme yo por ti y anonadarme
y conquistar al fin tu perspectiva
para emerger después al tercer día
penetrado de ti, vivificado,
ganado a tus banderas, ya las mías,
borracho de tu sangre, entimismado.
Sembrado, pues, de ti granar cosecha
y ser pacido cuando y por quienquiera
y, esparcido en los vientos y en los ríos,
vivir fuera de mí con todo el mundo.
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