miércoles, 16 de abril de 2014

El camino

Yo medí con mis piernas el camino
que va de Roncesvalles a Santiago,
por laderas de encina, roble o pino,
o secanos de cardo y jaramago.
Tierras de pan y tierras de buen vino
-de cuando en cuando de la bota el trago.
Por Navarra o la Rioja o la Castilla
que me viera nacer marché en cuadrilla.

Al compás regular de nuestro paso
cambiaba la tramoya del paisaje,
y era un páramo duro, solo y raso,
un matorral espeso, hosco y salvaje,
una vereda que serpea al acaso
o un valle ameno que reposa el viaje.
Las más veces surcado labradío,
y en lo hondo la vega de algún río.

2 comentarios:

Childe dijo...

Y no encontró gigantes ni al clero en el camino? pues si hubiera usted bajado por Olite hacia Tudela, nos hubiéramos comido unos espárragos y en bota o en porrón unos tragos de vino al cuerpo echáramos, y a la orilla del Ebro, bajo la sombra de los chopos, me lee usted a mi este y otros poemas, que como siempre borda en encajes de puntilla.
Con Dios amigo Francisco.

Francisco Redondo dijo...

Gigantes no encontré: yo era el más alto; pero sí huesos humanos levantados por un irreverente arado, pero como en este país los huesos humanos a orilla de caminos son irrelevantes, no sabiendo qué hacer - que en aquella época si denunciabas lo mismo te la cargabas tú- los dejamos estar. Clero sí, pero en poblado, que en las parameras no se veía un alma ni a Dios, que debía de andar por las iglesias. Claro que me hubiera gustado compartir el menú que mencionas, pero por aquellos entonces tú debías de ser un chaval y no te hubieran dejado. Qué lástima. Un abrazo, Childe, otra vez será y gracias por tu visita.