Hay poetas en quienes las palabras se estrenan,
los vocablos exhiben su fulgor prodigioso,
engarzados en frases de ritmo cadencioso
que, en boca de rapsodas, como cantos resuenan.
Las joyas del idioma seguidas se encadenan
en potentes metáforas que invocan lo glorioso,
y lo real invisten de un halo misterioso
mientras el “logos” breve de su sentencia ordenan.
¡Quien pudiera, a la sombra de su decir preclaro,
imitar las maneras del versar taumatúrgico
que de sus plumas mana en raudal infinito! …
Mas ¡ay! mi torpe mano, mi conocer ignaro,
sólo alcanza, en un gesto mimético y litúrgico,
a loar las alturas de su Olimpo bendito.
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