viernes, 23 de abril de 2010

El técnico agrario o el ensueño de la Técnica

Con la mochila llena de triángulos

el técnico deslinda parcelas de amapolas,

un sopor industrioso hincha la ubre de la vaca

y el panal, geométrico,

cita de largo a las tablas de Schrön.


El técnico desborda sus doctas fantasías

sobre el tapiz indócil del agro nacional:

endereza senderos, amansa los torrentes,

riega las tierras áridas con agua de canal.

Entre sus manos hábiles el agro se transforma,

brota ubérrimo el campo de impaciencia trigal.

Un mineral torrente de inerte savia bruta

asciende por los vasos hasta el beso solar

y allí, remunerado con cálidas caricias,

se endulza y se condensa en oro vegetal.

El técnico, radiante, despliega sus papeles,

donde la biosfera se ajusta al ideal,

blande sus cartabones y, de un certero trazo,

perfecciona un lindero rebelde e informal.

Se detiene un instante transpuesto en un ensueño

- dispensadle este humano pecadillo venial-:

Ve parcelas perfectas de dimensiones óptimas,

de surcos convergentes hacia un punto focal;

ve frentes imponentes de tractores marchando,

abriendo con sus rejas la tierra virginal,

y horizontes de vacas pastando mansamente,

transformando la hierba con su alquimia inguinal;

después, cosechadoras y estaciones de ordeño,

y almacenes y silos llenos a rebosar,

y flotas de camiones e interminables trenes

saturando canales de la red comercial ...

El estridente pito del autobús de línea

le devuelve a su empeño de ordenador rural

-en la plaza los viejos contemplan fatalistas

cómo otras dos familias se van a la ciudad;

alguno aguarda carta del hijo de Alemania

mientras pone a su nieto a su vera a jugar -.

(Extraño personaje el "gevo" de la boina.

Huraño, impredecible, esquivo, montaraz;

siempre refunfuñando del esfuerzo del técnico,

siempre poniendo en solfa la acción ministerial.

Es pese a su apariencia erguida de "homo sapiens",

pese a sus pretensiones de animal racional,

de todos los factores de producción agraria,

el único reacio a ocupar su lugar.

Cuando se le demuestra que su esfuerzo era inútil,

que el setenta por ciento de su penar, banal,

que su figura enjuta encima de la burra

era, a la par que estoica, tosca e ineficaz,

que mucha menos gente con no muchos tractores

pueden con poco esfuerzo producir mucho más,

en vez de agradecerte lo que has hecho por ellos,

mirándote esquinado, suelta un taco y se va).

La tarde va vencida y el técnico de vuelta.

Sobre la paramera que domina el trigal

un perro asilvestrado, huido de la aldea,

proclama con aullidos su agreste libertad.

2 comentarios:

Jesús Herrera Peña dijo...

Francisco, el especimen humano que retratas magistralmente en tu honda poesía, es el mejor alimento para las listas electorales encabezadas por una gaviota y/o por un crucifijo.
Saluz y serenidaz.

Francisco Redondo dijo...

Bueno, Jesús, como verás en el romance contrapongo dos visiones contrapuestas sobre el agro: la del ingeniero preñada de idealismo tecnocrático y la del pequeño campesino el gevo de la boina, receloso de promesas seudocientíficas que pueden esconder en realidad otras cosas non santas. Hay que situarlo en el espacio: la España rural del minifundio extremo, y en el tiempo: la segunda mitad de la década 1960-69. Eran los tiempos de Laureano López Rodó, del Desarrollismo de los tecnócratas del Opus, de la Planificación indicativa. A nosotros, los apóstoles de la técnica se nos invitaba a hacer todo lo posible para reformar las estructuras agrarias, eso sí, sin tocar un pelo a la sacrosanta propiedad. Y la sacrosanta resultaba beneficiada más que proporcionalmente según su tamaño, porque por ejemplo si juntabas tierras (Concentración Parcelaria) al que tenía una o dos parcelas poco le podías mejorar (nuestro jefe, que era progre recomendaba en estos casos acercarle un poco las tierras al pueblo), pero al que tenía 10, 20, 50 parcelas sí que lo mejorabas al juntarselas en dos o tres o cuatro lotes.

En cualquier caso este poema me surgió como reflexión ante unas palabras a un compañero entusiasta dichas por el ingeniero, profesor, intelectual y viajero Sr. Vergara (al que se podría situar en una órbita ideológica socialdemócrática).

-Sí, le dijo, los de la Concentración Parcelaria habéis hecho una gran labor en el minifundio: le habéis demostrado al campesino que sobraba en el campo", y ante la sorpresa de mi amigo desarrolló su razonamiento: - Claro, el pequeño campesino que labraba veinte parcelas - yo he sido testigo de casos mucho más extremos- salía muy de madrugada encima de su burra y se dirigía a una de ellas encima de su burra, cubierto con su manta, muerto de frío, llegaba, trabajaba un par de horas y salía de nuevo en busca de otra parcela en que faenar. así en el día varios viajes y varias faenas. La mayor parte del tiempo se le iba en viajes, pero en esos viajes sufría y, como tendemos a equiparar trabajo con sufrimiento el buen campesino creía que trabajaba. Luego llegáis vosotros y les juntáis las tierras, y los viajes inútiles acaban, y el campesino descubre que no tenía tierra suficiente para llenar su jornada. Y termina dejando el campo y yéndose a la ciudad". Mi compañero protestó ardorosamente por lo que creía una falta de aprecio por nuestro trabajo. Pero era cierto en parte. A poco tiempo de la Parcelaria se aceleró el abandono del Campo. No sólo por ella. Fue la irrupción brusca de la "lógica del Mercado", del nuevo capitalismo, para cuya entrada nuestra iluminada tarea fue muy útil (¿y la de quién, no?).
Pero ¿gaviotas? El campesino de Castilla y León (excepto el pueblo de mi padre y alguno más) terminó votando mayoritariamente a ese pajarraco; y mis compañeros, en buena o mala parte, también, salvo en algunos casos como el de este desnortado que se alarga ya demasiado.
Salud y III República.