Verdugos de Sión, habéis logrado
un sitio entre los monstruos terrenales;
habéis ganado puestos
en el “ranking” mundial de los infames:
de los profanadores de sepulcros,
bebedores de sangre,
violadores de niños
ante los mismos ojos de sus madres.
Verdugos de Sión, habéis vencido:
ya sois tan execrables
como el que exterminaba a los judíos
en los hornos horrendos de Mathausen,
el que los señalaba
con la marca infamante
de las seis puntas hacia el matadero
industrial, en cadena, inexorable.
Verdugos de Sión: habéis manchado
la herencia de nobleza venerable
de la víctima pura,
el cáliz redentor de aquella sangre;
habéis prostituido su palma de martirio
por las treinta monedas materiales
del poder corrompido. Una victoria
sin otro porvenir que otro desastre.
Verdugos de Sión: no sois judíos,
no sois del pueblo laborioso, amable,
que tanto cautivó con su utopía
de paz y convivencia perdurables.
No podéis ser de quienes padecieron
sin buscar la revancha en otra parte,
sin pretender hacer pagar al débil,
con las prestadas artes militares,
lo que el fuerte les hizo;
sin la venganza inicua del cobarde.
Verdugos de Sión: sois la vergüenza,
hez de los criminales,
no del hebreo, que os dará la espalda
el día, pronto o tarde,
que caiga por su peso la careta,
mas del hombre común que nada sabe
de monsergas de tierras prometidas,
y os juzga ya por crímenes bestiales.
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