Entre tú y yo se interpone
el mundo de un velador.
En la pista las parejas
unen pasos en un fox.
Hablamos mucho de todo
mientras pensamos los dos
algo de distinto modo.
Mis manos buscan tus manos
por encima del mantel;
fuera el jardín mudo y frío,
escenario de ballet,
guarda una luna cansada
y unas estrellas sin fe.
Amable brillo del vino,
breve choque del cristal.
¿Por qué lejanos caminos
tus pensamientos irán?
Bailamos. Vieja delicia
de tu cuerpo entre mis brazos
y, en tus ojos, la caricia
fantasma de Amor cansado.
¡Ay, pobre amor moribundo:
fugaz escala de sueños
tendida de mundo a mundo!
Las dos de treinta relojes
asesinan la velada.
Fuera se espesa la noche
en su oscuridad sin alma.
La noche apenas nos mira
tras de sus ojos cegatos.
Un taxi, calles, tu casa,
adiós tras portal cerrado.
Breve cortejo de estrellas
sin lágrima ni respeto
quedan enterrando algo
en algún rincón del cielo.
Madrid, Febrero de 1.960.