Conchita no se va sino se queda
entre las hojas pálidas del
tiempo.
Como una mariposa detenida,
como una flor prensada en un
cuaderno.
Queda en perfume de los
almanaques,
en luz de estelas de
fotografías,
en alma de lugares y de cosas.
No se va, no. Nosotros nos
marchamos,
vida adelante, paso a paso,
casi
sin quererlo, contando nuestras
horas,
desgranando el rosario de los
días,
que tensan el cordel de la
memoria.
Ella se queda mientras
caminamos,
prendido del sedal de los recuerdos
el pez del corazón, bien enganchado.
Conchita, hermana, amor, yo te
recuerdo …
Yo te recuerdo … cuando
humedecías,
rotos por la emoción, tus ojos
tiernos.
Te los tuvieron que curar ¿te
acuerdas?
y por curarlos te escribí estos
versos:
“¿Como
podrá sin él vestir la Noche
el ruedo recamado de su Manto
a falta de su más preciada Gema?”
el ruedo recamado de su Manto
a falta de su más preciada Gema?”
“Oye, Conchita, su gentil
reproche
y devuelve a la Luz todo su
encanto
y a la Nocturna Reina su
diadema”.
No queda Luz ni Noche ni
Diadema,
ni Dulzura ni Encanto ni
Corona:
solo nos queda el llanto sin
tus ojos …
y el sedal del recuerdo anclado
en las entrañas.
Madrid, lunes, 23 de octubre de 2017