Miguel Hernández, Miguel, es generalmente considerado
y estimado por su compromiso con el pueblo español, con la II República y con
la utopía comunista - un comunismo disciplinado, militante y limpio, como fue
el comunismo del PCE -, por su lucha en el frente y por su martirio en las
cárceles de Franco. Yo también, como republicano y comunista que soy, aprecio
ese perfil irrepetible.
Sin embargo, es una pena que su figura y su gesta
dejen un poco en la sombra la calidad de su poesía, mucho menos conocida.
Miguel Hernández fue un poeta enorme, y no solo por los temas elegidos y el
compromiso de los mismos, sino precisamente por la forma. Pocos poetas del
siglo XX han sabido manejar el verso endecasílabo como Miguel; quizá habría que
remontarse a los tiempos de oro de su admirado Garcilaso para encontrar una
destreza semejante. He estudiado en profundidad la métrica de sus versos y lo
que he hallado en él es una auténtica maravilla; no en vano se formó bebiendo
de la poesía clásica que le prestaba la biblioteca de su amigo Ramón Sijé.
Como muestra quiero referirme al manejo magistral que
Miguel hace de uno de los endecasílabos de tipo más raro - muy estudiado por mí
- el endecasílabo dactílico, acentuado en las sílabas 1ª, 4ª, 7ª y 10ª o bien,
simplemente, en 4ª, 7ª y 10ª. Este tipo de endecasílabo imprime al poema un
ritmo tan peculiar que le impide mezclarse con otros tipos más habituales:
enfáticos, heroicos, melódicos o sáficos. Hernández utiliza este metro en el
que quizá fuera su último poema: ETERNA SOMBRA. compuesto en la cárcel, y ya
muy enfermo. Es un poema largo y necesariamente oscuro, compuesto exclusivamente
en endecasílabos dactílicos, y que refleja la honda pesadumbre de la cárcel, la
represión y la enfermedad que lo minaba y que acabó con él hace ahora exactamente
75 años.
Todo un alarde de buena poesía. Poesía triste, que
arranca un destello de esperanza en los dos últimos versos
Vaya el
siguiente recitado en su homenaje.
ETERNA
SOMBRA
Yo
que creí que la luz era mía
precipitado
en la sombra me veo.
Ascua
solar, sideral alegría
ígnea
de espuma, de luz, de deseo.
Sangre
ligera, redonda, granada:
raudo
anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera,
la luz en la luz sepultada.
Siento
que sólo la sombra me alumbra.
Sólo
la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres.
Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro
del aire que no tiene vuelo,
dentro
del árbol de los imposibles.
Cárdenos
ceños, pasiones de luto.
Dientes
sedientos de ser colorados.
Oscuridad
del rencor absoluto.
Cuerpos
lo mismo que pozos cegados.
Falta
el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya
no es posible lanzarse a la altura.
El
corazón quiere ser más de prisa
fuerza
que ensancha la estrecha negrura.
Carne
sin norte que va en oleada
hacia
la noche siniestra, baldía.
¿Quién
es el rayo de sol que la invada?
Busco.
No encuentro ni rastro del día.
Sólo
el fulgor de los puños cerrados,
el
resplandor de los dientes que acechan.
Dientes
y puños de todos los lados.
Más
que las manos, los montes se estrechan.
Turbia
es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué
lejanía de opacos latidos!
Soy
una cárcel con una ventana
ante
una gran soledad de rugidos.
Soy
una abierta ventana que escucha,
por
donde va tenebrosa la vida.
Pero
hay un rayo de sol en la lucha
que
siempre deja la sombra vencida.
Miguel Hernández
Francisco Redondo
Madrid, 28 de marzo de 2017