He visto el desolado
espanto de la presa
que agoniza en las fauces
feroces de la fiera
y he sabido que rige
la Vida una tragedia,
una atroz ordalía,
una norma cruenta:
comer o ser comido,
ser tigre o ser oveja,
ser víctima o verdugo,
o pedernal o yesca.
Y al decirme que un Dios
bondadoso pudiera
ser autor del veneno
mortal de este dilema
rechacé el sinsentido,
oximorón, esquema
de bondad y maldad
unidas – contrapuestas
en un único dios
que amor-dolor uniera
en sádica amalgama.
Y esta fue mi respuesta:
Pues que al Mundo revistes
¡oh dios! de tanto horror,
quiero hacerte el favor
de creer que no existes.
He sabido del hambre
junto al lujo y la hartura,
la esclavitud que el lucro
esconde en su estructura
y he sabido que rige
al Hombre una amargura,
un tremendo destino,
una vil dictadura:
ser esclavo o ser amo,
vergajo o matadura,
sudor que alza las mieses
o avaro que urde usura.
Y al decirme que un Dios
bondadoso procura
al pobre angustia estrecha
y al rico desmesura
rechacé el sinsentido,
oximorón, locura
de bondad y maldad
en una sola hechura
del pretendido dios
que la Biblia asegura
que este Mundo creara.
Y mi voz sonó dura:
Pues que al Mundo revistes
¡oh dios! de tanto horror,
quiero hacerte el favor
de creer que no existes.
Que dedico a mi amigo Pedro, con el que comparto
la idea de que si Dios existiera, cosa que no creemos, sería un dios perverso,
un monstruo cruel. Si tal ente no existe el Mal desaparece con el sentido moral
y se convierte en mero mecanismo de selección.