Cogidos como novios de las manos,
cada uno del otro dulce dueño,
tejemos entre dos el mismo sueño
mientras, altos, derivan los vilanos.
Lucen radiantes los cabellos canos
al aire del agosto madrileño;
no cabe el corazón en el pequeño
recinto en que se adensan los veranos.
Va dejando su campo a la ternura
-esa firme argamasa del cariño-
el deseo, que mengua con los años.
Ajenos a la arruga y a sus daños
cultivamos del alma la hermosura:
el vino, viejo y el asombro, niño.
2 comentarios:
¡Qué sentimiento de ternura tan entrañable inspira ese hermoso soneto! Me alegro de tenerlo junto a mí esta tarde de domingo... Gracias.
Muchas gracias, Alma en verso. Es una recompensa tener junto a mis letras a personas de una sensibilidad tan exquisita.
Un saludo
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