Eran tu pelo umbrío y el olor de tu cuerpo
el reclamo infalible que amartillaba el ansia;
te anhelé por cien noches y más tarde te tuve
y te odié por ser menos que tu imagen perfecta
y te adoré por ser para mí mas que un sueño
y te quise por ser para mí más que carne.
Luego que me dejaste, definitivamente,
a pesar del deseo nunca intenté buscarte,
temeroso de hallarte inferior a ti misma,
de arruinar el recuerdo con tus rasgos mortales,
con el bajo apetito de un cuerpo exuberante,
que profana la sacra latría de una diosa.
Te tengo muy presente, deidad maculada,
cada vez que celebro oficios de lujuria.
Hasta ti los elevo como una ofrenda impura
al pubis cavernoso de tus sacerdotisas,
y entrego entre estertores los flujos sementales
de mi cetro viril al anhelante vaso.
Todo el dulce placer que ilustra nuestras vidas
es tan sólo reflejo de tu excelso arquetipo.
¡Ah diosa venerada, oye otra vez mis preces:
manifiesta en la amada tu belleza infinita
instrúyela en las artes de seducción que ciñes
y otórgame el potente talismán del deseo!
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