Creí que yo era Zeus: no lo era
e, indiferente, el Mundo va a su bola;
la Desgracia se va tejiendo sóla
mientras mondo mi propia calavera.
Creí que no era Nadie: pero era
una mínima voz que no controla
el Amo del Tinglado y la Consola
del Mando, del Poder y la Bandera.
¿Será bastante ser tan poca cosa
- una caña consciente en la tormenta –
a conjurar tan importantes males?
Será como el “efecto mariposa”:
un susurro que, solo, apenas cuenta
pero atruena si se une a sus iguales.
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