Todos los verdaderos poetas,
los escasísimos auténticos poetas,
deberían tener o tienen el derecho
a detener la gente por las calles
y hacerles escuchar sus bellos versos,
sus taumatúrgicas estrofas.
Deberían edificarse airosos alminares
para el amanecer de los poetas
y someterse gustosas las repúblicas
a tan subyugadora tiranía.
Estimarían cátedras y academias
tan prodigioso medio de conocimiento
y aprovecharían cronistas, letrados y oradores
tan fecundísimo vehículo de comunicación ...
lunes, 29 de octubre de 2007
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