Crece la filigrana del deseo
como un hiedra súbita y caliente;
rodea el talle, merodea el seno,
halaga el cuello, sube hasta los labios
y allí, ronca, voraz, dulce tormenta
su carga de pasión destroza en besos.
Lanza el varón las furias transgresoras
al trémulo flaquear de las murallas,
y la ciudad cercada, ya rendida,
ganada a sus banderas, desceñida,
engalanada, lúbrica, entregada,
al miembro que ha de herirla el cuerpo ofrece.
Sin tregua en el fragor de los combates,
sobre el campo del tálamo clemente,
gimen ambos, suspiran y jadean,
y ascienden a su clímax ferozmente.
29 de Octubre de 2002
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