Llega otra vez, helada, la tristeza
con su carga de duelo y pesadumbre.
Se cuela sin llamar y por costumbre
cada llaga visita y despereza.
Sus agrias manos buscan con destreza
las grietas laceradas y la herrumbre
que entumece mis huesos, podredumbre
de un cuerpo que por días se despieza.
¡Llega, niebla fatal, letal herida
Anega el alma de limón tranquilo,
que he de beber tu copa hasta las heces!
Esta melancolía que me ofreces
acojo resignado y asimilo
como corona amarga de la vida.
Y, tras otro soneto de Germinal Sánchez, que trataba de confortarme respondí:
El rumiar de la pena
Ya pongo, Germinal, empeño y gana
en alejar la pena puñetera;
mas si puerta le doy, ¡oh tesonera!
se me cuela otra vez por la ventana.
Y es la murria de ayer murria mañana,
acíbar persistente, hiel certera,
roedora tenaz que persevera
en demostrar que mi esperanza es vana.
Y me muero a pedazos, me desplomo
como armazón de sueños carcomido
por esta murria eterna que me roe;
y solo aguanto triste por ver como
todo se viene al suelo derruido,
y en su ruina halla fin cuanto corroe.
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