Esa tarde me he muerto, sereno como el día;
sin presagios, sin llantos, sin hacer las maletas:
esbozadas, sin término, tareas incompletas
en que afanosamente mi tiempo entretenía.
Quedó sin ese punto final que requería
el largo parlamento que arrastran los poetas:
mil apuntes dispersos por todas las gavetas
que no hallarán el sitio que sólo yo sabía.
Mi vida era presente continuo, renovado,
que arrojaba a diario pasados al abismo.
De súbito mi vida se hizo toda pasado.
Como mueren sin cuerpo las almas inmortales,
esa tarde la Muerte se vistió de mí mismo
y me entregó al sosiego de las horizontales.
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