De una rama vencida del Otoño
una hojita de olmo penetró hasta mi alcoba,
amarilla y rizada.
La luz, ya decaída,
de aquel temprano atardecer tenía frío,
tiritaba
penetrada de bruma y humedades;
y esa melancolía inevitable
de Octubre,
del año en su crepúsculo,
me deprimía
una vez más
tan dulcemente …
Los sotos y arboledas,
en tanto su paleta declinaba
los rojos, ocres, sienas y amarillos,
se dejaban morir ¡tan bellamente!...
Una vez más declaro
mi asombro ante tanta belleza,
aparentemente inmotivada:
la flor se maquilla, aroma, endulza
para premiar al colibrí o insecto
que transporta su pólen,
el fruto ofrece jugos y sabores,
entre perfumes y colores gratos
al que disperse lejos sus semillas,
pero el Octubre de las hojas muertas
¿qué pretende con esa fantasía
decadente y romántica
de hecatombe anual caducifolia?
¿Tan sólo seducir a los poetas,
o enloquecer en rojo los pinceles
de los pintores?
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