Ya no estoy para amar y, sin embargo,
mi viejo corazón aún persevera
en mantenerse en su gozoso cargo
de amar al hilo de la Primavera.
Un busto audaz me saca del letargo,
un dulce sonreír mi sangre altera
e, imaginadamente, mano alargo
hacia la carne en flor que carne espera.
Y en esto para todo porque, luego,
el gendarme interior, miedo o prudencia,
apaga los rescoldos de mi fuego.
Que, a los que atesoramos experiencia,
cuando nos tienta el diosecillo ciego
nos consuela la mano y la paciencia.
Madrid, martes, 13 de mayo de 2008
martes, 17 de junio de 2008
Mano y paciencia
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