No eras para morir por los barrancos,
entre pulpos con púas de las pitas;
no eras para un horror de madrugada,
de aquella españa de rosario y misa,
toros al sol y sangre de la tarde,
y noches de prostíbulo y querida.
No eras para los rostros de cuchillo,
impasibles, brutales, en jauría,
sin la urgencia del hambre de los lobos,
sin el oficio que al verdugo anima:
sólo el sórdido afán del matarife
de ahogar en sangre el grito de la vida.
No eras para esa muerte, no, escamoteada,
sin pasión ni testigos, clandestina …
Solo tú con tu angustia en la agria espera
sin cirineo, sin la femenina
mano de la Verónica y su paño,
sin el consuelo de las tres marías …
No eras para la burda borrachera
en la niebla sin fin que se avecina;
para el andar a tumbos, desalmado
por el hondo pavor que paraliza.
Ni para el restallar del latigazo
que florece del arma hasta la herida.
Pero fuiste convulsos estertores,
grito animal, vida retrocedida,
espejo roto en cinco mil pedazos
tras el trance crucial de la agonía.
Y luego hedor y pasto de gusanos
por el terrible secarral de Víznar.
miércoles, 20 de febrero de 2008
Federico en Víznar
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