Hay un rumor de puertas que se cierran,
de vida que se enquista,
de voces que se aquietan,
de hogares que se vuelven
de espaldas a las puertas.
Se ha hecho el bosque en la tarde
clamor mudo de ramas,
como estatuas de madres
sin hijos y sin lágrimas.
A su dolor patético
los pájaros se callan
y el Sol, cobarde, huye,
bajo, por las montañas.
Anochecer de Otoño,
cuando anochece el alma.
Las mesnadas del cierzo
preparan algaradas.
En el hogar gotea
el rezo; la balada
de difuntos extiende
vago temor oscuro por las almas
abiertas de los niños,
entre el toque de ánimas.
Madrid, Noviembre de 1.960.
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