A Nieves con incredulidad, afecto e incluso adulación (i)
Si no eres tú capaz de descifrar la brisa
ni el mensaje secreto que se guarda la rosa
ni el frío radiograma que la estrella te envía
ni el resonante orgasmo que los amantes gozan.
Si tú, Nieves, no sabes hacer arder sonrisas
ni caminar al filo del abismo de olas
en que zozobra el buque cuya sirena silba
¿do están las poetisas que iban al monte solas,
en cuya frente ardían los soles de la aurora
a cuyo mirar ignivo crepitaban florestas
y se humillaban dóciles las selvas y las bestias?
¿Do, las que sonreían y amansaban otrora
las más rijosas fieras y las parcas funestas
dejándolas en meras aguadoras de fiestas
o en frágiles corderas, las sierpes traïdoras?
No he de creerte, ahora, aunque en cruz me lo jures:
sé que tu verbo guarda fuerza de taumaturgo,
capaz de los prodigios del mismo demiurgo:
hacer del agua, vino y del vicio... virtudes.
Con mucho cariño, (i)
(i) Lejos estaba yo de sospechar que en menos de un año, esta misma Nieves Álvarez por un asunto trivial cerraría filas alrededor de su intemperante señorito y co-oficiaría un auto de fe inapelable contra mi persona. ¡Qué pena! Pero lo escrito escrito está.
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