Por saberme de ti, de haber nacido
mereciera sin duda la dolencia,
y en ese amor, celeste incandescencia,
haber al fin de tal manera ardido.
Glorioso estoy, al par que dolorido
de la luz y el rigor de esta sentencia,
pues si me abrasa el sol de tu presencia
de tu ausencia el frior hame aterido.
Hazme vivir prendido en tu mirada
que, aunque me mortifiquen tus desdenes,
he de tener tu vista por consuelo,
o si no, por tu olvido desnortada,
exíliame muy lejos de mis bienes,
ave sin rumbo que perdió su cielo.
Precioso soneto, Francisco. Un placer.
ResponderEliminarNo solo es un lujo de soneto, sino también una clase magistral de poesía.
ResponderEliminarRecibe mis modestas pero sinceras felicitaciones.
Te dejo un cordial abrazo.
El placer es mío por tu atenta visita, David.
ResponderEliminarUn abrazo,
Al menos fue todo un placer el poder escribirlo, pensando en mis admirados Garcilaso y Quevedo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Gus.