Al hilo de “nocturnidad y alevosía” de Manuel Picón y que dedico a mi maestra Olga Manzano.
Acobijado quedo
tras la esteva
de ese arado profundo
que remueve
las raíces del alma;
alucinado marcho
tras la estela
de esa senda de luz
entre tinieblas
apenas profanada,
de ese arpón de dolor
hincado en los adentros,
carcomiendo, royendo,
y evacuando
torrentes de palabras.
Acobijado, alucinado,
lúcido por ellas,
engastado en el puño del poeta
que cruje entre la ira
y el silencio
como a diario el pan
de asco y estrépito
que me da la ciudad,
y marginal me arrastro.
Que todo siga así;
y que a la tarde,
al caer de la noche
(o de la vida),
de mí y de mis poetas
solo reste
una lágrima venida
poco a poco
al fulgor diminuto
de una (mínima) estrella.
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